El proyecto sale de la idea de reformar la casa, traspasando parte del programa de planta primera hacia planta baja

En un ejercicio de optimización espacial, se decidió prescindir de una porción del garaje, liberando así un área valiosa que se integró al patio, creando un ambiente más fluido y conectado entre la zona de día y el exterior. Esta decisión, además de aportar mayor amplitud, fomentó la convivencia y el disfrute del aire libre.

Sin embargo, el destino tenía otros planes. Un retranqueo o nueva alineación de calle obligó a replantear el proyecto inicial. La casa, tal y como estaba concebida, perdería casi 50 m² entre la planta baja y la primera. Ante este imprevisto, los propietarios, lejos de desanimarse, decidieron convertirlo en una oportunidad.

Con ingenio y creatividad, se optó por recuperar parte de la superficie perdida mediante una ampliación en la segunda planta. Esta solución permitió conservar los cuatro dormitorios dobles y las ocho plazas originales, manteniendo la esencia familiar de la vivienda.

La ampliación, además de compensar la pérdida de espacio, brindó la posibilidad de crear un nuevo ambiente, un espacio versátil que podía adaptarse a diferentes necesidades: una sala de juegos para los más pequeños, un estudio para el trabajo en casa o una zona de relax para disfrutar de la lectura o un buen café.

De esta manera, la vivienda se transformó en un organismo vivo, en constante evolución, adaptándose a las necesidades y circunstancias de sus habitantes. Un ejemplo de cómo la arquitectura puede ser no solo un refugio, sino también un reflejo de la capacidad de resiliencia y la visión de futuro de quienes la habitan.